México no está preparado para combatir el virus del Nilo * Sin recursos para un diagnóstico adecuado, no puede establecerse un parámetro que indique su presencia en el país, explicó Raúl Romero Cabello Angel Iturralde Aunque el brote de Virus del Oeste del Nilo (VON) en Estados Unidos cursa por una etapa al alza, en el continente está demostrada su presencia desde hace 13 años, y a partir 2003, se han documentado en México los primeros casos en humanos, pero lo que aterra al sector salud del país es que el Estado no está preparado para combatir este mal ante una eventual epidemia, explicó Raúl Romero Cabello, integrante del Departamento de Microbiología y Parasitología de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM. Sin embargo, puntualizó, no hay razón para alarmarse hasta conocer la verdadera situación. Lo importante es tomar medidas preventivas contra enfermedades transmitidas por mosquitos: mantener cubiertos los depósitos de agua y evitar charcos alrededor de las casas para impedir la multiplicación de los insectos; colocar mosquiteros en puertas y ventanas, y usar repelentes, entre otras. "Desconocemos cuántos casos podrían existir en México. Si no se tienen recursos para hacer un diagnóstico adecuado, no podremos establecer un parámetro que nos indique su presencia. La enfermedad que ocasiona podría confundirse con dengue, padecimiento de gran prevalencia en el país". Debido a la proximidad espacial y temporal de las infecciones de aves y humanos, los epidemiólogos han concluido que la transmisión sigue un ciclo enzoótico. Las aves, en particular las migratorias, actúan como reservorio y contagian a los mosquitos que, a su vez, propagan el microorganismo a los vertebrados. El VON es un miembro de la familia Flaviviridae (género Flavivirus), a la que también pertenecen otros virus transferidos por mosquitos, como el dengue y la fiebre amarilla, o algunas hepatitis, detalló el académico. El del Nilo mide entre 40 y 50 nanómetros, por lo general provoca síntomas leves como fiebre, dolor de cabeza, náuseas, vómito y erupciones cutáneas, pero uno de cada 100 casos se torna grave y potencialmente mortal; entonces, puede afectar el sistema nervioso central (SNC) y generar meningitis o encefalitis virales. "Las manifestaciones serán propias de la magnitud del daño en el SNC, puede haber desde cefalea intensa y vómito, hasta trastornos de la conducta, o pérdida de la fuerza en alguna región del cuerpo, problemas respiratorios, coma, parálisis y hasta la muerte". Los primeros casos se diagnosticaron en 1937, en el distrito West Nile, Uganda; de ahí se diseminó en forma importante por África, Medio Oriente y Asia. A fines del siglo pasado, en 1999, se identificaron y documentaron en EU. En México, uno de los estados donde mejor se ha estudiado y detectado es Yucatán. Se estima que existen unas 60 especies diferentes de mosquitos que transmiten el VON, entre ellas las más representativas son Culex, Aedes y Anopheles que, además, podrían transmitir otros microorganismos. Por ejemplo, Aedes es responsable del virus del dengue, y Anopheles del protozoario plasmodium, que ocasiona el paludismo. Sin embargo, acotó, el problema radica en la dificultad de identificación, pues de acuerdo con la severidad del caso, la sintomatología podría ser semejante a la que se manifiesta en el dengue. Si se pretende hacer el diagnóstico de un caso en el que se sospecha la presencia del virus del Nilo, se deben cazar los mosquitos en el área donde se registra el padecimiento, y analizar los fluidos, en los que puede demostrarse la presencia de aquél. Otra forma, es a partir del suero de la sangre de los infectados. "Al suero se le pueden hacer estudios inmunológicos o serológicos para determinar la presencia de antígenos del virus. Hoy los exámenes moleculares de ácido nucleico son mucho más contundentes; por ejemplo, la reacción de la polimerasa en cadena o en tiempo real, y las secuenciaciones de ácido nucleico por pruebas en tiempo real". Otra opción sería aislar el microorganismo, sea de los fluidos de los mosquitos o del tejido de los huéspedes mamíferos –humano, aves o caballos–, y colocarlo en cultivos para inducir su crecimiento y estar en posibilidad de identificarlo, concluyó. |
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